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Donde el horno nunca se apaga: La pareja que hizo de la adversidad su mejor ingrediente

Desde Quebrada Verde, Pachacámac, Mireya Gutiérrez y Deylor Romaní levantaron “La Valiente”, un restaurante nacido en plena pandemia y cargado de sueños.

A las cuatro de la madrugada, cuando la neblina aún abraza los cerros de Quebrada Verde, Pachacámac, ya se percibe el aroma del pan artesanal saliendo del horno. Mireya Gutiérrez se pone el mandil mientras su esposo, Deylor Romaní, revisa la lista de insumos. Han comenzado otro día en La Valiente, su emprendimiento de comida, que es mucho más que eso: es un símbolo de lucha, de amor y de reinvención.

Ambos crecieron en Pachacámac. Mireya, desde los 14 años, trabajó como anfitriona y luego como jefa de mozas, aprendiendo el arte de atender con el corazón. Deylor, nacido en Pisco pero criado desde niño en Lima, trabajó en restaurantes en el área de atención y bar, observando cómo se mueve una cocina desde adentro. Sin saberlo, ambos se estaban preparando para algo más grande.

Con el tiempo se convirtieron en pareja, y más adelante, en socios de vida y trabajo. Desde el inicio se complementaron: él, creativo e impulsivo; ella, estructurada y con olfato para atraer clientes. “Él se encargaba de las ideas nuevas, y yo de ver cómo llegar al público”, recuerda Mireya.

Emprender, caer, levantarse

Su primer negocio juntos fue la fabricación de pines con diseños personalizados. La idea surgió por una oportunidad concreta, pero el camino fue más complejo de lo que imaginaron. Aunque tuvieron algunos pedidos, pronto llegaron los obstáculos: falta de formalización, poca experiencia para escalar el negocio y la llegada de su hija Megan, que los obligó a detenerse y reorganizar prioridades

Tras ese primer intento, vinieron pequeños emprendimientos de comida: desayunos, anticuchos, panes. Ninguno llegó a consolidarse, pero el sueño seguía ahí.

En 2019, decidieron intentarlo de nuevo. Con un pequeño local en la zona de Cuatro Bocas, comenzaron a vender panes artesanales, café y pizzas. El público respondió bien. Animados por ese inicio, pidieron un préstamo para mejorar el espacio. Lo que no imaginaron fue que, apenas semanas después, estallaría la pandemia.

“Sacamos el préstamo en enero. En marzo ya estábamos encerrados”, recuerda Deylor. El local cerró antes de siquiera poder funcionar bien. El préstamo seguía vigente, pero los ingresos eran nulos. Con una hija pequeña en brazos, deudas en el banco y una pandemia mundial encima, no había plan que valiera.

Para colmo, por temas familiares, se vieron obligados a dejar el espacio que alquilaban. En plena incertidumbre, sin un espacio fijo para trabajar, tomaron una decisión que cambiaría su historia: regresar a Quebrada Verde.

Una noche, conversando sobre todo lo que venían enfrentando, Deylor le preguntó a Mireya: “¿Somos valientes o no somos valientes?”. Ella no lo dudó. La pregunta era también una afirmación. Sabían que sí. Y decidieron que así debía llamarse su emprendimiento “La Valiente”. Porque no se trataba solo de vender comida, sino de celebrar su decisión de seguir, a pesar de todo.

“No conocíamos casi a nadie. Estábamos endeudados, empezando de cero… con miedo, pero con la necesidad más grande que puede haber: salir adelante”, cuenta Mireya. Allí, entre cerros y caminos de tierra, construyeron su nuevo local con sus propias manos, tabla por tabla, sin saber si los vecinos irían a comprarles una pizza o simplemente pasarían de largo.

De la cocina al corazón

No fue automático. Al principio, nadie los conocía. Pachacámac no es un distrito pequeño, y Quebrada Verde, aunque familiar, tenía su propia dinámica. Deylor horneaba las pizzas mientras Mireya salía a repartirlas en moto, puerta por puerta, con el niño en la mochila y el corazón en la garganta.

“Las primeras semanas eran duras. Vendíamos una, dos pizzas por noche. A veces nada. Pero cada vez que un cliente quedaba contento y regresaba, sabíamos que estábamos sembrando algo”, recuerda Mireya.

Así, poco a poco, entre entrega y sonrisa, fueron ganándose a la comunidad. La Valiente no solo empezó a sonar como un local de pizzas, sino como un lugar con historia, con alma.

Pero había algo más: querían crecer. En 2021, por una invitación de la Asociación UNACEM, participaron en una serie de talleres diseñados para fortalecer las capacidades de los emprendedores de la zona. “Juanita de la Asociación UNACEM me dijo: ‘¿Te animas?’ Y yo le dije sí a todo”, cuenta Mireya. Así llegaron al taller de cocina saludable y sostenible, y también al de gestión y costeo.

En esas sesiones, descubrieron un mundo nuevo de insumos locales como la quinua, la lúcuma y la guayaba. Mireya, hasta entonces enfocada en la administración, descubrió su talento para la repostería saludable. Deylor perfeccionó su manejo en cocina. Juntos crearon recetas como la hamburguesa de quinua o el crispy cuy, una fusión de tradición y creatividad que los llevó incluso a ganar un concurso culinario organizado en el marco del taller.

Además, aprendieron a presentar mejor sus productos, a innovar desde lo visual y a contar con orgullo la historia que había detrás de cada plato. “Nos dimos cuenta de que no solo se trata de vender algo rico, sino de darle un valor: desde el empaque, el diseño, hasta explicar lo que estás ofreciendo”, comenta Deylor.

La capacitación fue también un empujón hacia la formalización. Comprendieron que ser un negocio formal no era solo una obligación tributaria, sino una forma de abrir nuevas puertas. Con el respaldo de sus aprendizajes, hoy son proveedores de catering para eventos deportivos y actividades institucionales, mostrando que sí se puede crecer con identidad y calidad desde lo local.

Otro punto de inflexión llegó gracias a las actividades deportivas organizadas en el Santuario de Amancay de UNACEM. Cada vez que había un campeonato, una carrera o un evento, La Valiente se sumaba con una mesa de productos. Allí, entre corredores, familias y visitantes, sus panes, muffins y hamburguesas saludables empezaron a ganar terreno.

“Esos eventos nos daban visibilidad. Venía gente que no nos conocía, probaban y luego nos buscaban en redes o llegaban hasta el local”, cuenta Deylor.

Detrás de esa dinámica estaba la Asociación UNACEM, que buscaba impulsar el movimiento económico local. Para Mireya y Deylor, fue más que una vitrina: fue una puerta. Una forma de validar su propuesta, crecer en red y mostrarse como emprendedores formales y confiables.

Una red que crece

En los talleres conocieron a otros emprendedores de la zona, con quienes hoy conforman una red de colaboración. En lugar de competencia, comparten aprendizajes, se recomiendan, se apoyan. En cada evento al que van, forman equipo con otros emprendedores, compartiendo esfuerzos, mesas y el deseo de seguir adelante. La Valiente no creció sola: creció con otros, en comunidad.

Y también ha inspirado. “Tengo amigos que me dicen: ‘Me encantaría emprender como tú’”, cuenta Mireya. Y ella no duda en compartir lo que sabe. “Lo único que necesitas es actitud y no dejar pasar ninguna oportunidad. Nosotros también empezamos así”.

Constancia, comunidad y futuro

Hoy, La Valiente es un espacio lleno de aroma a masa recién horneada y sabor a historias verdaderas. El público ha cambiado: ahora buscan opciones saludables, sin dejar de lado el gusto. Por eso, la hamburguesa de quinua y los muffins de semillas se venden igual que sus pizzas al horno.

Pero lo que más valoran sus visitantes no es solo la comida, sino el espíritu del lugar. “Nos encanta atender a la gente, que se vayan contentos, y contarles un poco de todo lo que hemos vivido”, dice Mireya. Porque cada cliente se lleva algo más que un plato: se lleva un pedazo de su historia.

Al mirar atrás, sienten orgullo. “No ha sido fácil”, confiesan. Pero aquí están. Y tienen claro que aún queda camino. Nuevas ideas, más productos, mayor alcance. Porque cuando uno hace las cosas con el corazón, no hay meta imposible.

En este trayecto, ha sido clave contar con espacios que impulsan el desarrollo desde adentro. La Asociación UNACEM no solo les ofreció capacitación, sino la oportunidad de descubrirse a sí mismos como emprendedores con potencial. Más que una institución, se ha convertido en un aliado estratégico para quienes tienen el coraje de cambiar.

La Valiente es hoy el reflejo de que sí se puede. Que con constancia, apoyo y mucho corazón, una pareja puede transformar su vida y la de su comunidad. Porque como bien lo dicen ellos: “Si tienes un propósito claro, el camino puede ser duro… pero también vale la pena”.